Se fue la primera de las dos finales de la Copa Sudamericana y
River se trae un buen resultado de tierras cafeteras, considerando que la llave
se cierra en el Monumental. Fue un 1-1 versus a un Atlético Nacional de
Medellín que tuvo a un viejo amigo de la casa, Juan Pablo Ángel, sentado en el
banco en uno de los últimos partidos de su carrera.
Teniendo en cuenta lo friccionado que suelen ser esta clase de
encuentros, la de ayer por la noche fue una gran final. “Un tiempo para cada
lado”, repitieron hasta el hartazgo los comentaristas de los principales
canales deportivos. Los primeros 45 fueron de supremacía verdiblanca. River
entró desconcentrado y sufrió varias llegadas en los primeros veinte minutos.
La defensa no lograba ordenarse y los colombianos exploraban los enormes vacíos
que surgían a espaldas de los laterales: a Mammana le costó asentarse en una
posición en la que no acostumbra a jugar –es naturalmente central- mientras que
Vangioni tuvo uno de sus peores encuentros desde su arribo a Núñez. A su vez,
los volantes locales abrían la cancha hasta sus límites, forzando a Sánchez y
Rojas a dejar prácticamente solo a Ponzio, llevándolo a cortar repetidos
ataques por medios de faltas que rozaron la tarjeta o a ser superado fácilmente
por la simple superioridad numérica a la que se enfrentaba. Por su parte, Mora
y Teo anduvieron muy por debajo de su nivel, mientras que Piscullichi, más allá
de alguna gambeta aislada, no se encontraba con su juego. Finalmente, se hizo
justicia y, cuando parecía que se zafaba del sacudón inicial, el colombiano
Berrio aprovechó la espalda de Vangioni y definió con categoría frente a un
Barovero poco decidido a salir de debajo de los tres palos. Lo que restó del
primer tramo fue más de lo mismo, con un Nacional que pudo haber estirado la
ventaja de haber sido un poco más preciso en los metros finales.
“Lo peor ya pasó”. Palabras textuales de Gallardo en el
entretiempo. Vaya sí tenía razón: si jugando así estaba solamente un gol abajo,
dar vuelta la historia no era una utopía. Sus palabras hicieron efecto y la
actitud del conjunto millonario cambió radicalmente. Desde el inició tomó las
riendas del partido y el balón comenzó a circular en los pies de Sánchez y
Piscullichi. Luego de dar claros indicios de mejora, nuevamente Piscu y su
zurda mágica hicieron algo que ya es costumbre: clavar un golazo de afuera del
área.
Minutos más tarde, el Muñeco, quien ya había hecho ingresar a
Solari para oxigenar la banda derecha, mandó a la cancha a Cavenaghi en lugar
de un deslucido Mora y se la jugó por el retorno de Kranevitter sacando al
goleador de la noche. Este último cambio parecía dar el mensaje de que el
empate le sentaba bien, pero la lectura del técnico fue más allá: Ponzio, quien
levantó notablemente su nivel en el segundo tramo, estaba llevando a cabo una
tarea sumamente desgastante y no iba a aguantar los 90 de seguir con el mismo
sistema; por ende, decidió adelantarlo, plantar un clásico 4-4-2 y darle la
tranquilidad de saber que Kranevitter cubría su espalda. River no perdió el
control del partido ni tampoco llegadas al área rival, sino que se asentó mejor
en su campo sin pasar grandes sobresaltos en el último cuarto de hora.
Se cerró en parda, podría haber sido para uno como para el otro. Dado
que las más claras fueron para los cafeteros –milagroso travesaño tras un
cabezazo de Pérez y yerro individual tras una mala salida de Barovero- y que en
una semana la historia se cierra en Núñez, los dirigidos por Gallardo no deben
estar disconformes con el resultado, conscientes de que están frente a una
oportunidad histórica de sumar a sus vitrinas una copa que, hasta ahora, les
fue esquiva.
Por Ignacio Alejane @nachoalejandre.
0 Comentarios:
Publicar un comentario