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05 diciembre 2014

Final abierto

Se fue la primera de las dos finales de la Copa Sudamericana y River se trae un buen resultado de tierras cafeteras, considerando que la llave se cierra en el Monumental. Fue un 1-1 versus a un Atlético Nacional de Medellín que tuvo a un viejo amigo de la casa, Juan Pablo Ángel, sentado en el banco en uno de los últimos partidos de su carrera.
Teniendo en cuenta lo friccionado que suelen ser esta clase de encuentros, la de ayer por la noche fue una gran final. “Un tiempo para cada lado”, repitieron hasta el hartazgo los comentaristas de los principales canales deportivos. Los primeros 45 fueron de supremacía verdiblanca. River entró desconcentrado y sufrió varias llegadas en los primeros veinte minutos. La defensa no lograba ordenarse y los colombianos exploraban los enormes vacíos que surgían a espaldas de los laterales: a Mammana le costó asentarse en una posición en la que no acostumbra a jugar –es naturalmente central- mientras que Vangioni tuvo uno de sus peores encuentros desde su arribo a Núñez. A su vez, los volantes locales abrían la cancha hasta sus límites, forzando a Sánchez y Rojas a dejar prácticamente solo a Ponzio, llevándolo a cortar repetidos ataques por medios de faltas que rozaron la tarjeta o a ser superado fácilmente por la simple superioridad numérica a la que se enfrentaba. Por su parte, Mora y Teo anduvieron muy por debajo de su nivel, mientras que Piscullichi, más allá de alguna gambeta aislada, no se encontraba con su juego. Finalmente, se hizo justicia y, cuando parecía que se zafaba del sacudón inicial, el colombiano Berrio aprovechó la espalda de Vangioni y definió con categoría frente a un Barovero poco decidido a salir de debajo de los tres palos. Lo que restó del primer tramo fue más de lo mismo, con un Nacional que pudo haber estirado la ventaja de haber sido un poco más preciso en los metros finales.
“Lo peor ya pasó”. Palabras textuales de Gallardo en el entretiempo. Vaya sí tenía razón: si jugando así estaba solamente un gol abajo, dar vuelta la historia no era una utopía. Sus palabras hicieron efecto y la actitud del conjunto millonario cambió radicalmente. Desde el inició tomó las riendas del partido y el balón comenzó a circular en los pies de Sánchez y Piscullichi. Luego de dar claros indicios de mejora, nuevamente Piscu y su zurda mágica hicieron algo que ya es costumbre: clavar un golazo de afuera del área.  
Minutos más tarde, el Muñeco, quien ya había hecho ingresar a Solari para oxigenar la banda derecha, mandó a la cancha a Cavenaghi en lugar de un deslucido Mora y se la jugó por el retorno de Kranevitter sacando al goleador de la noche. Este último cambio parecía dar el mensaje de que el empate le sentaba bien, pero la lectura del técnico fue más allá: Ponzio, quien levantó notablemente su nivel en el segundo tramo, estaba llevando a cabo una tarea sumamente desgastante y no iba a aguantar los 90 de seguir con el mismo sistema; por ende, decidió adelantarlo, plantar un clásico 4-4-2 y darle la tranquilidad de saber que Kranevitter cubría su espalda. River no perdió el control del partido ni tampoco llegadas al área rival, sino que se asentó mejor en su campo sin pasar grandes sobresaltos en el último cuarto de hora.

Se cerró en parda, podría haber sido para uno como para el otro. Dado que las más claras fueron para los cafeteros –milagroso travesaño tras un cabezazo de Pérez y yerro individual tras una mala salida de Barovero- y que en una semana la historia se cierra en Núñez, los dirigidos por Gallardo no deben estar disconformes con el resultado, conscientes de que están frente a una oportunidad histórica de sumar a sus vitrinas una copa que, hasta ahora, les fue esquiva.


Por Ignacio Alejane @nachoalejandre.

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