En el césped tan querido y amado por todos, yace un crack.
Un fenómeno que inexplicablemente apareció, una vez más, en el fútbol
argentino. El último domingo, en el espacio verde de la Bombonera, no hubo
voces disonantes. Todas, en coro, fueron adeptos de él. Fue taxativo,
soberbio. Adjetivos sobran, solo queda admirarlo. Algunos agraciados, desde el estadio;
otros, limitados por las cámaras, por televisión. La cancha amplía el panorama,
claro está. Y no hay mejor forma de conocer profundamente a semejante estrella
que desde la tribuna.
De él hablo. De Fernando Gago. Ensayó un fútbol elegante, con escasos precedentes en el torneo
local, al menos, en el corto plazo. Dio una lección de cómo debe manejarse el
balón en cualquier circunstancia. Evocó a aquel Gaguito que se fue al Real
Madrid, pero en una versión sumamente mejorada. Al toque y gestión, le agregó
llegada a zona de gol y pegada.
“Tiene ojos en la espalda”, me dijeron después de un cambio
de frente de esos que no se distinguen ni observando el partido desde la
tribuna. Recibió y sin mirar (probablemente lo había visto antes de recibir),
eyectó el balón con su pie derecho. De derecha a izquierda, en el perímetro del
área.
Más tarde, pequeña sociedad interior con otro que habla el
idioma “pelota”: Sánchez Miño. Pase filtrado e inesperado. Inmediatamente,
ataque al espacio, devolución sutil del zurdo, y definición por encima de Saja.
La última parte, sin que el esférico toque el césped. Desgraciadamente, se estiró
y llegó. Básicamente, destruyó una obra de arte.
No tuve la suerte de verlo contra Vélez, pero dudo que su actuación haya sido semejante. Mantener el nivel es, tal vez, lo más complejo. Debe haber jugado un gran partido, pero no del calibre con el cual desplegó su fútbol contra Racing. Contagió a sus compañeros creando pasillos y huecos donde no existían o que ni desde arriba se podían percibir. Distribuyó, ordenó y perdonó. Además, se entregó al máximo desde lo físico para no desequilibrar un equipo equilibrado.
Mérito para Bianchi. Él fue el encargado de rodearlo de
jugadores finos y categóricos. Sánchez Miño por izquierda; Méndez del centro a
la derecha; Martínez por delante; y su socio, Ledesma. Pablito fue su rueda de
auxilio, el encargado de embarrarse y relevar. Los diez compañeros de Gago,
tenían bien presentes que él era el director de la obra y, si lograban lo pedido,
sería un éxito. Todo cerró, y Boca triunfó. Fue 2-0, de la mano de un
anacrónico jugador, impropio de esta contaminada época del fútbol argentino.
Los agradecidos y hambrientos de juego vistoso,
disfrutaremos de este crack domingo a domingo. El hincha del fútbol, tendrá
motivos para encender la tele cuando empiece Boca. Comienza la función… Juega
Gago.
Por Matías Adami @matiadami2.
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