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11 diciembre 2014

El famoso River Plate

Y llegó nomás. Después de 17 largos años en los que pasó de todo, River vuelve a levantar un trofeo internacional. Suma a su extensa vitrina la Copa Sudamericana, competición que ganó de punta a punta, invicto y solamente cosechando dos empates.
Ante un marco imponente, la noche no se presentó fácil para el equipo de Gallardo. Atlético Nacional ratificó lo que había hecho a la ida, demostrándoles a propios y extraños el buen nivel de fútbol que es capaz de ejecutar. Intentó repetir la fórmula del duelo de Medellín explorando la banda de Vangioni, aunque esta vez se encontró con una propuesta diferente: el lateral, luego de no haberla pasado para nada bien siete días atrás, se resguardó mucho más de lo que suele hacerlo, sin pasar prácticamente al ataque y frenando una y otra vez las envestidas del peligroso Berrio. Con su arma principal anulada, al conjunto cafetero se le hizo cuesta arriba llegar al arco de Barovero, quien nuevamente –tal como el mote de “arquero de equipo grande” le exige- respondió ejemplarmente en las pocas que tuvo.
El primer tiempo se fue sin goles pero con un River superior. Ponzio evocó a Mascherano, anticipándose continuamente a los jugadores visitantes y cortando todo lo que pasó cerca de él, sin sufrir la soledad con la que se encontró en Medellín. Mientras Pezzella y Vangioni bloqueaban sus sectores, Mercado sufría en más de una oportunidad el dos-uno por su banda, dado que el uruguayo Sánchez no llegaba a retroceder luego de sus incesantes corridas en buscas del primer tanto. Por su parte, Ramiro Funes Mori no tuvo una de sus mejores noches, saliendo a cortar a destiempo lejos del área. Pese a estos inconvenientes, las llegadas del millonario no se hicieron esperar, convirtiendo en figura al arquero Armani. De haber estado Teo un poco más inspirado, River se podría haber ido al descanso tranquilamente con uno o dos goles de diferencia. El colombiano estuvo titubeante en los últimos metros, sin sacar rédito de las continuas posibilidades que Mora se encargó de generarle. El delantero uruguayo fue el más importante del ataque millonario. ¿Cómo, si no le pegó al arco ni una vez? Fue un dolor de cabeza para todos los defensores, sometiéndolos a una presión que los llevaba a cometer errores en las salidas. Curiosamente, un delantero “moderno” que en sus últimos partidos tuvo mejores actuaciones sin pelota que con ella.
Sin presentar ninguna modificación, el segundo tiempo se inició con un andar diferente. River cedió el protagonismo y estuvo al borde del 0-1 cuando el mellizo arriesgó de más en una de sus habituales arranques con pelota al pié. A partir de allí, el pánico al papelón hizo que todo lo que pasara cerca de su pie izquierdo volara por los aires: pelotazo y a otra cosa –era lo que pedía el juego, menos riesgo en su campo dado que salir jugando no era fácil-, podría sintetizarse el resto de su partido. Frente a la incapacidad de Nacional para generar serio peligro en el arco de Trapito, los dirigidos por Gallardo volvieron a hacer uso del juego aéreo, clave en este semestre. Entre la sublime ejecución de Piscullichi y la capacidad goleadora de sus defensores, Mercado y Pezzella, respectivamente, sellaron dos cabezazos inatajables para el bueno de Armani.
Con los dos goles de ventaja y la copa en sus narices, el orden de River sepultó las chances del conjunto visitante, inocuo en los últimos 30 minutos. Virtud a destacar: en contraposición con el reconocido “colgémosnos del travesaño”, el millonario situó el juego lejos, lejísimos de su vaya; presionó más arriba que nunca, forzando a los defensores colombianos a equivocarse continuamente, sin posibilidad de colocar ni un sólo centro en el área de Trapito.

¿El resto? Una fiesta que ya se había iniciado después del cabezazo de Pezzella. Ovación para un reivindicadísimo Ponzio, para la clase majestuosa de Piscu -posiblemente el mejor refuerzo de los últimos años-, para Cavenaghi y su eterno amor por esta camiseta, para Barovero y sus fundamentales intervenciones en el certamen -para Gigliotti-, para todo aquel que pasase cerca de la cámara y para él, para el autor de esta reinvención, para el hijo de la casa, para el cerebro de la operación: para Marcelo “Muñeco” Gallardo. 


Por Ignacio Alejandre @nachoalejandre.

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