Boca y River igualaron 0-0 en uno de los peores
superclásicos de los últimos años. Desde lo futbolístico, hubo poco y nada más
que fricción, golpes, amonestados y cortes constantes de juego. Terminó sin
goles y, desde las dos veredas, señalan que es un “resultado positivo”. Curioso.
Un colega, promediando la mitad del segundo
tiempo, me dijo: “Para mí, los jugadores buscan que los dos partidos terminen
0-0 y ‘lavarse las manos’ en los penales”. Claro. La victoria es el deseo. Pero
el medio para llegar a ella está rodeado de piernas nerviosas e imprecisas,
incapaces de afrontar riesgos que en otros momentos se hubieran tomado. Primera
opción: reventar el balón al campo contrario.
Boca intentó. Gago fue efímero en su precisión.
Hasta él falló en algunos pases de corto recorrido. Amontonó el juego en un costado
y no pudo limpiar el ataque en ningún momento para incomodar por el otro sector.
Esto, por la buena disposición que tuvo River defensivamente y, a la vez, por
el desorden en el mediocampo que sufre Boca cuando ataca. Después, queda poco
por analizar. Boca buscó, sin fundamentos y con jugadas aisladas; y River se
ocupó de romper. En ningún momento intentó ser lo que fue. La conformidad de
irse con el empate a Núñez reinó en los visitantes. Curiosamente, fue la misma
conformidad que tuvo Boca por no recibir goles como local. Todo, al cabo, se
definirá en el nervioso Monumental el próximo jueves y allí, se verá a quién
favoreció más el 0-0.
La televisión realizó una previa desde las
15hs. Cinco horas y 45 minutos antes del pitido inicial. Se habló del partido
desde que se concretaron las clasificaciones en semifinales y, desde lo previo,
simulaba ser el superclásico con mayor vuelo futbolístico de los últimos años.
¿Qué pasó? Nada de eso. La Bombonera colmó de nerviosismo y miedo a los
jugadores. En vez de creer que una jugada podría haberlos llevado a la gloria y
transformarlos en ídolo, se temía por el yerro y el posterior contraataque
letal. Pesó mucho más el miedo al fracaso que el hambre de gloria. Y ese, fue
el principal motivo por el cual se vio un partido nefasto. Los dos decepcionaron.
Emitir un análisis del árbitro con diversas
formas de verlo en base al escudo del buzo de los técnicos fue irrisorio. ¿El
árbitro es importante? Sí. ¿Decisivo? Sólo si no tenes fundamentos para superar
a tu rival. Y eso sucedió. Por eso, tanto Gallardo como Arruabarrena se
quejaron a su manera: “Dejó pegar. Le pregunté si había traído la roja”. Del
otro lado, “La gente influyó en las amonestaciones. Cada vez que gritaban era
una tarjeta”. Y así. No más que un indicio fiel del pésimo partido que
disputaron ambos. Boca, por la localía, intentó un poquito más, pero sin ser
incisivo.
Pasó el primero de los dos superclásicos de la
Copa Sudamericana y dejó un sabor horrible y una imagen pésima al mundo. Nos
vendieron algo que no era. Esperemos que, todo lo que no se vio en la
Bombonera, se vea en el Monumental. Allí, el reloj será el enemigo del que
menos ambición tenga de ganar.
En la ida, primó el miedo al fracaso por encima
del deseo de gloria.
Por Matías Adami @matiadami2.
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