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21 noviembre 2014

Primó el miedo al fracaso

Boca y River igualaron 0-0 en uno de los peores superclásicos de los últimos años. Desde lo futbolístico, hubo poco y nada más que fricción, golpes, amonestados y cortes constantes de juego. Terminó sin goles y, desde las dos veredas, señalan que es un “resultado positivo”. Curioso.

Un colega, promediando la mitad del segundo tiempo, me dijo: “Para mí, los jugadores buscan que los dos partidos terminen 0-0 y ‘lavarse las manos’ en los penales”. Claro. La victoria es el deseo. Pero el medio para llegar a ella está rodeado de piernas nerviosas e imprecisas, incapaces de afrontar riesgos que en otros momentos se hubieran tomado. Primera opción: reventar el balón al campo contrario.

Boca intentó. Gago fue efímero en su precisión. Hasta él falló en algunos pases de corto recorrido. Amontonó el juego en un costado y no pudo limpiar el ataque en ningún momento para incomodar por el otro sector. Esto, por la buena disposición que tuvo River defensivamente y, a la vez, por el desorden en el mediocampo que sufre Boca cuando ataca. Después, queda poco por analizar. Boca buscó, sin fundamentos y con jugadas aisladas; y River se ocupó de romper. En ningún momento intentó ser lo que fue. La conformidad de irse con el empate a Núñez reinó en los visitantes. Curiosamente, fue la misma conformidad que tuvo Boca por no recibir goles como local. Todo, al cabo, se definirá en el nervioso Monumental el próximo jueves y allí, se verá a quién favoreció más el 0-0.

La televisión realizó una previa desde las 15hs. Cinco horas y 45 minutos antes del pitido inicial. Se habló del partido desde que se concretaron las clasificaciones en semifinales y, desde lo previo, simulaba ser el superclásico con mayor vuelo futbolístico de los últimos años. ¿Qué pasó? Nada de eso. La Bombonera colmó de nerviosismo y miedo a los jugadores. En vez de creer que una jugada podría haberlos llevado a la gloria y transformarlos en ídolo, se temía por el yerro y el posterior contraataque letal. Pesó mucho más el miedo al fracaso que el hambre de gloria. Y ese, fue el principal motivo por el cual se vio un partido nefasto. Los dos decepcionaron.

Emitir un análisis del árbitro con diversas formas de verlo en base al escudo del buzo de los técnicos fue irrisorio. ¿El árbitro es importante? Sí. ¿Decisivo? Sólo si no tenes fundamentos para superar a tu rival. Y eso sucedió. Por eso, tanto Gallardo como Arruabarrena se quejaron a su manera: “Dejó pegar. Le pregunté si había traído la roja”. Del otro lado, “La gente influyó en las amonestaciones. Cada vez que gritaban era una tarjeta”. Y así. No más que un indicio fiel del pésimo partido que disputaron ambos. Boca, por la localía, intentó un poquito más, pero sin ser incisivo.

Pasó el primero de los dos superclásicos de la Copa Sudamericana y dejó un sabor horrible y una imagen pésima al mundo. Nos vendieron algo que no era. Esperemos que, todo lo que no se vio en la Bombonera, se vea en el Monumental. Allí, el reloj será el enemigo del que menos ambición tenga de ganar.

En la ida, primó el miedo al fracaso por encima del deseo de gloria. 


Por Matías Adami @matiadami2.

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