No soy de los que creen en eso de “mística
copera”, creo en los equipos, en sus líderes y en sus técnicos. No creo en las
estadísticas, están para romperlas. Ahora bien, sí creo fervientemente que para
ganar una copa hay que tener un plus actitudinal en ciertos partidos así como
la medida justa de temple: de nada sirve desbocarse en cada pelota sin la
serenidad ni la inteligencia necesaria para afrontar un superclásico. En esta
confusión entre violencia y actitud, así como la falta de alguien que calme los
ánimos y ponga los pies en tierra de todos, River se fue de la Bombonera sin
perder, pero sin anotar ni un solo gol de visitante…
Desde un comienzo se vio a un equipo lento,
llegando tarde a los balones disputados y cediendo la posesión ante un Boca
que, con muy poco, le alcanzaba para situar el juego lejos de su arco. Recién
cerca de los 20 minutos, los dirigidos por Gallardo parecieron acomodarse;
lejos –lejísimos- de generar peligro, por lo menos equipararon el partido en el
mediocampo. Justamente ese sector no supo ser usufructuado: cuando pasaban el
círculo central con la pelota al pie se le presentaban huecos en la defensa y,
en más de una ocasión, superioridad numérica. Así y todo, las imprecisiones
reinaron en un primer tiempo apático en donde la falta de creatividad de los
conductores primó.
Por nuestro lado, Piscullichi se mostró reacio
a tomar las riendas del partido. Es claro que su rol no es aquel del 10 de toda
la cancha: se le pide que se recueste por las laterales para hacer de enlace
entre las diferentes líneas de ataque. Cuando se enciende, esta función de nodo
conector le sale naturalmente bien; cuando tiene un partido como el hoy en la
Bombonera, el equipo lo extraña. Se necesita mucho más de él. ¿Por qué? Porque
a los grandes jugadores hay que exigirle. Si uno le pide, es porque es
consciente de lo que puede llegar a dar. Se lo requiere al mismo nivel con el
que se ganó la confianza del hincha en sus primeros encuentros con la Banda:
enchufado, colocando esos cambios de frente que sólo talentosos como él ven
antes de recibir el pase y, como lo hizo en una ocasión a Giovanni Simeone,
poniendo esos pases entre líneas -y piernas- propias de un gran conductor.
Sin embargo, Piscu no fue el único apagado de
mitad de cancha en adelante. Teo no generó ninguna situación de peligro, sin desequilibrar
en ninguna jugada ni abrirle espacios al joven Simeone. Bajo la misma línea, el
uruguayo Sánchez evidentemente necesita parar: jugar prácticamente todos los
encuentros del semestre, debutar con tu selección y, en menos de 48 horas,
tener que jugar un superclásico suena extenuante de sólo decirlo. Es un jugador
clave en el equipo, uno de los principales creadores junto con Piscullichi y
Rojas, además de ser el que mayor desgaste hace. Sin él a un 100% y con
Kranevitter lesionado, River no disfruta de sus dos mejores jugadores o, al
menos, los más constantes en sus rendimientos.
En cuanto a la defensa, se la vio segura, sin
sufrir grandes arrebatos, pero, a la vez, desmedidamente violenta. La cantidad
de amonestados -siete- refleja el juego tan brusco como innecesario que la
Banda desplegó en la Boca. Vangioni podría haber sido expulsado de no ser los
primeros minutos del encuentro mientras que Maidana y el Mellizo cruzaron tarde
y mal en sendas ocasiones. El punto más alto del equipo: Mercado. El lateral anuló
completamente al corajudo Chávez y siempre que pasó al ataque no perdió el
balón, mostrándose seguro en todas sus intervenciones.
Retornando al punto inicial, si River quiere traer
una copa continental a Núñez luego de diecisiete años, necesita dar vuelta la página, volver a sus
raíces reencontrándose con el juego ofensivo que tan bien desplegaba, recuperar
físicamente a sus jugadores -¿parar o no al once ideal el domingo contra
Racing?- y comprender que una oportunidad como ésta no se presenta todos los
días. La vuelta se jugará con el cuchillo entre los dientes pero River deberá
recapacitar y comprender que jugar con actitud no es entrar a golpear y que,
así como los grandes hombres se destacan en los momentos duros, los grandes
jugadores deben aparecer en estas
circunstancias.
Por Ignacio Alejandre @nachoalejandre.
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