Lunes a la
tarde noche. Dos tipos salen del trabajo, terminaron su eterno primer día de la
semana. En vez de ir a sus casas, como ya es costumbre, arreglan juntarse en el
barcito de siempre. Whisky en mano, se olvidan de todo por un rato para discutir
sobre los partidos del domingo. Después de coincidir en que el arbitraje de
Merlos fue de lo peor que han visto en una cancha de fútbol -semejante al España-Corea
del mundial 2002, en el que el egipcio Gamal Al-Ghandour ya no sabía qué
inventar para que los locales llegasen a las semifinales por primera vez en su
historia- y en que la ironía de Gallardo para referirse a dicho encuentro fue muy
ocurrente (“¿Ya terminó Lanús o todavía sigue jugando?”), llega el momento de
emitir opinión acerca del puntero.
Uno, el más
joven e intrépido de los dos, no anda con vueltas: “River ya no es el mismo que
antes. Estudiantes lo pudo haber eliminado, Vélez lo complicó y ya van varios
partidos que no encuentra el juego por el que tanto halagaron al joven pero
inexperto entrenador”. Está convencido de lo que dice. Para él, el cansancio y
la falta de recambio le están jugando una mala pasada. El mediocampo ya no es el
punto de encuentro entre todos los futbolistas de buen pie de la Banda, la
defensa deja agujeros y se duerme en más de una ocasión –alegando al error de
Mercado en el gol de Milton Caraglio-, la delantera no está generando el mismo
peligro que en las primeras fechas y Teo es serio candidato a dejarnos con uno
menos si sigue con sus ya clásicas agresiones, como lo fue el infantil codazo a
Cubero. Aprovecha y entre tanta tierra le pega a D’onofrio por no traer
refuerzos, con más dureza que nunca después de haber visto el nivel que Lucas
Pratto demostró en el Amalfitani, tal como lo viene haciendo domingo tras
domingo.
Por su parte,
su compañero, unos veinte años mayor y con unas arrugas que reflejan, al menos,
unas cinco décadas de ver fútbol, se muestra relajado, calmo, escuchando el
monólogo del joven con una sonrisa que puede catalogarse como soberbia o propia
de un hombre curtido, dependiendo qué tanto se lo conozca. Una vez que escuchó
los largos minutos de crítica, deja el vaso en la mesa, inclina su cabeza hacia
adelante y le pregunta: “¿Tenés idea lo que significa para un grupo llevar 31
partidos invictos? ¿Estás al tanto que hace nada más que dos torneos San
Lorenzo fue campeón con un punto más de lo que River tiene en la fecha 14?”.
Procedió a explicar que es lógico que los encuentros sean cada vez más duros, que
los rivales lentamente van encontrándole la vuelta pero que, hasta ahora,
ninguno pudo superarlo en el juego durante los 90 minutos: la intensidad que
implica romper los hilos conectores de la propuesta millonaria deja sin resto a
sus rivales para los segundos tramos; se vio en Rafaela, en el ida y vuelta vs
Estudiantes y ayer. Se “queman” en el primer tiempo, exponiéndose a una segunda
mitad con menos dominio y más llegadas en contra.
Justamente el
empate contra Vélez fue el caso en que River no mostró su mejor versión en
ningún momento, pero que, así y todo, le encontró la vuelta como ya tantas
otras veces. Sin grandes ocasiones pero a su vez sin incurrir en grandes
riesgos en su mitad, el empate le calzó bien para seguir arriba, ahora a menos
puntos de sus inmediatos perseguidores. ¿Para preocuparse? No parece. Como le
gusta decir al Muñeco, se viene una seguidilla de partidos en los que el
plantel va a tener que dar importantes muestras de carácter: mantener la
supremacía en el ámbito local mirando de reojo la llave por la Sudamericana, apelando
a que los pibes oxigenen al equipo y aprovechen estas oportunidades que se les
presentarán para dar el salto de madurez en su carrera.
Por Ignacio Alejandre @nachoalejandre.
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