Y llegó nomás. Después de 17 largos años en
los que pasó de todo, River vuelve a levantar un trofeo internacional. Suma a
su extensa vitrina la Copa Sudamericana, competición que ganó de punta a punta,
invicto y solamente cosechando dos empates.
Ante un marco imponente, la noche no se
presentó fácil para el equipo de Gallardo. Atlético Nacional ratificó lo que
había hecho a la ida, demostrándoles a propios y extraños el buen nivel de
fútbol que es capaz de ejecutar. Intentó repetir la fórmula del duelo de
Medellín explorando la banda de Vangioni, aunque esta vez se encontró con una
propuesta diferente: el lateral, luego de no haberla pasado para nada bien
siete días atrás, se resguardó mucho más de lo que suele hacerlo, sin pasar prácticamente
al ataque y frenando una y otra vez las envestidas del peligroso Berrio. Con su
arma principal anulada, al conjunto cafetero se le hizo cuesta arriba llegar al
arco de Barovero, quien nuevamente –tal como el mote de “arquero de equipo
grande” le exige- respondió ejemplarmente en las pocas que tuvo.
El primer tiempo se fue sin goles pero con un
River superior. Ponzio evocó a Mascherano, anticipándose continuamente a los
jugadores visitantes y cortando todo lo que pasó cerca de él, sin sufrir la soledad
con la que se encontró en Medellín. Mientras Pezzella y Vangioni bloqueaban sus
sectores, Mercado sufría en más de una oportunidad el dos-uno por su banda,
dado que el uruguayo Sánchez no llegaba a retroceder luego de sus incesantes
corridas en buscas del primer tanto. Por su parte, Ramiro Funes Mori no tuvo
una de sus mejores noches, saliendo a cortar a destiempo lejos del área. Pese a
estos inconvenientes, las llegadas del millonario no se hicieron esperar,
convirtiendo en figura al arquero Armani. De haber estado Teo un poco más inspirado,
River se podría haber ido al descanso tranquilamente con uno o dos goles de
diferencia. El colombiano estuvo titubeante en los últimos metros, sin sacar
rédito de las continuas posibilidades que Mora se encargó de generarle. El
delantero uruguayo fue el más importante del ataque millonario. ¿Cómo, si no le
pegó al arco ni una vez? Fue un dolor de cabeza para todos los defensores, sometiéndolos
a una presión que los llevaba a cometer errores en las salidas. Curiosamente,
un delantero “moderno” que en sus últimos partidos tuvo mejores actuaciones sin
pelota que con ella.
Sin presentar ninguna modificación, el segundo
tiempo se inició con un andar diferente. River cedió el protagonismo y estuvo
al borde del 0-1 cuando el mellizo arriesgó de más en una de sus habituales arranques
con pelota al pié. A partir de allí, el pánico al papelón hizo que todo lo que
pasara cerca de su pie izquierdo volara por los aires: pelotazo y a otra cosa
–era lo que pedía el juego, menos riesgo en su campo dado que salir jugando no
era fácil-, podría sintetizarse el resto de su partido. Frente a la incapacidad
de Nacional para generar serio peligro en el arco de Trapito, los dirigidos por
Gallardo volvieron a hacer uso del juego aéreo, clave en este semestre. Entre la
sublime ejecución de Piscullichi y la capacidad goleadora de sus defensores,
Mercado y Pezzella, respectivamente, sellaron dos cabezazos inatajables para el
bueno de Armani.
Con los dos goles de ventaja y la copa en sus
narices, el orden de River sepultó las chances del conjunto visitante, inocuo
en los últimos 30 minutos. Virtud a destacar: en contraposición con el
reconocido “colgémosnos del travesaño”, el millonario situó el juego lejos,
lejísimos de su vaya; presionó más arriba que nunca, forzando a los defensores
colombianos a equivocarse continuamente, sin posibilidad de colocar ni un sólo
centro en el área de Trapito.
¿El resto? Una fiesta que ya se había iniciado
después del cabezazo de Pezzella. Ovación para un reivindicadísimo Ponzio, para
la clase majestuosa de Piscu -posiblemente el mejor refuerzo de los últimos
años-, para Cavenaghi y su eterno amor por esta camiseta, para Barovero y sus
fundamentales intervenciones en el certamen -para Gigliotti-, para todo aquel
que pasase cerca de la cámara y para él, para el autor de esta reinvención,
para el hijo de la casa, para el cerebro de la operación: para Marcelo “Muñeco”
Gallardo.
Por Ignacio Alejandre @nachoalejandre.